Trump, el Reagan del siglo XXI

Donald Trump y Ronald Reagan: Paralelismos y Contrastes de Dos Líderes Republicanos que Redefinieron la Presidencia de Estados Unidos

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A lo largo del tiempo, la sociedad evoluciona, los políticos toman nota y se adaptan a los nuevos hábitos. Por eso, algunos dirigentes que actualmente triunfan, difícilmente lo habrían logrado hace unas décadas, si hubieran actuado como ahora lo hacen.

Un ejemplo de ello lo constituye Donald Trump. En las postrimerías del siglo XX, después de los primeros caucus del Partido Republicano, estoy convencido de que hubiera abandonado la carrera electoral debido a los decepcionantes resultados obtenidos.

Por su lenguaje soez, el escaso respeto a sus adversarios y la falta de valores democráticos, Trump es un presidente de EEUU diferente de cualquier otro.

No obstante, a pesar de un talante diametralmente opuesto, en numerosos temas sus posiciones coinciden con las de Ronald Reagan. El antiguo actor es uno de los mandatarios más estimados por el pueblo estadounidense, una dosis de cariño que dudo mucho que jamás reciba el multimillonario nacido en Nueva York.

En sus tres contiendas electorales, Trump convirtió a la economía en el eje de su programa y prometió devolver a EEUU la grandeza del pasado. Lo mismo hizo Reagan en las suyas. Entre ambos, la similitud más obvia está en su principal eslogan de campaña, pues en el de los dos aparece la frase: “Make America Great Again”.

En 1980 y 2024, a los dos les benefició la actuación de un Partido Demócrata sumamente desorientado. A Reagan, la desastrosa gestión política y económica de Jimmy Carter, que acumuló un fracaso tras otro. A Trump, una candidata de última hora, nada popular y escasamente convincente. Una Kamala Harris que se olvidó de los obreros (su votante natural) y menospreció la erosión del poder adquisitivo de numerosos hogares causada por el elevado aumento de la inflación en el reciente pasado.

En 1980, la autoestima y el bolsillo de los estadounidenses pasaban por un mal momento. En primer lugar, por la vulnerabilidad militar del país. Por un lado, la derrota en la guerra de Vietnam aún escocía a la mayoría de sus ciudadanos. Por el otro, en la crisis de los rehenes de la embajada de EEUU en Irán, Carter se mostró incapaz de garantizar la seguridad de los diplomáticos destinados en el extranjero.

En segundo, por el regreso de la estanflación. En otras palabras, por la letal combinación de recesión y elevada inflación. En 1980, el PIB disminuyó un 0,3%, el IPC llegó al 14,8%, la tasa de desempleo, al 6,7% y el tipo de interés principal de la Reserva Federal, al 20%. Un legado económico difícilmente empeorable.

En 2024, numerosos hogares tienen una gran incertidumbre económica y miedo al futuro. Por un lado, por la pujanza industrial de China. Por el otro, debido al aumento de la inmigración ilegal. Ante ambos problemas, Harris no ha ofrecido nada tangible. En cambio, Trump los ha convertido en un emblema de su campaña. Para solucionarlos, ha prometido el establecimiento de barreras comerciales y deportaciones masivas de extranjeros.

Las principales cifras macroeconómicas respaldan la política económica efectuada por Joe Biden. En septiembre, el PIB crecía a un ritmo del 2,7% interanual, la tasa de desempleo se situaba en un 4,1% y el IPC solo era del 2,4%. No obstante, el principal lunar de su gestión lo constituía un elevado déficit público. En dicho mes, ascendía a un 6,4% del PIB.

A pesar de ello, numerosas familias no estaban contentas con la coyuntura económica, pues la perspectiva macroeconómica (la de los analistas) no coincidía con la microeconómica (la de los ciudadanos). El principal motivo de discrepancia estaba en las negativas repercusiones sobre los hogares en 2022 y 2023 de una tasa de inflación media del 8% y 4,1%, respectivamente.

Para un gobernante, especialmente en EEUU, un elevado IPC constituye una peor noticia que un sustancial aumento del desempleo. La primera cifra afecta a todos los ciudadanos, la segunda solo a una pequeña parte de ellos.

A los hogares les da igual que el alza de la anterior variable tenga su origen en el exterior (el conflicto bélico entre Ucrania y Rusia) o en el interior del país. En uno y otro caso, para la mayoría de sus habitantes, la culpa la tienen Biden y el Partido Demócrata.

Un elevado IPC tiene un rápido reflejo en el coste de la cesta de la compra. Los precios de los bienes adquiridos aumentan sustancialmente, pero después no bajan, aunque la Reserva Federal logre controlar la inflación y acercarla a su valor deseado. Por eso, muchos hogares tienen la percepción de que pueden adquirir menos productos que antes, aunque sus salarios hayan subido significativamente.

Las principales similitudes económicas entre Reagan y Trump guardan relación con los grandes favorecidos por sus políticas: los ciudadanos más acaudalados y las empresas. Para ambos, el dinero está mejor en la cuenta corriente de los hogares que en la de Administración. Una frase repetida numerosas veces por el primero y copiada por todos los candidatos republicanos a la presidencia del país en las siguientes elecciones.

Por eso, los dos disminuyeron los tipos del impuesto sobre la renta y Trump probablemente lo volverá a hacer en los próximos años, si el nivel del déficit público del país lo permite. No obstante, ambos no pretendían beneficiar por igual a todos los ciudadanos, sino mucho más a los que más ingresos obtienen respecto a los que menos. El motivo estaba muy claro: los primeros son sus votantes naturales, los segundos no.

En relación con las empresas, los dos pretendían aumentar sus beneficios. Por un lado, mediante la disminución del tipo del impuesto de sociedades. En los años siguientes, Trump se ha comprometido a bajarlo desde un 21% a un 15%.

Por el otro, reduciendo los costes de las compañías y facilitando su expansión, a través de la disminución de las regulaciones gubernamentales que afectan a sus actividades. Entre las próximas beneficiadas por el nuevo presidente probablemente estarán la industria siderúrgica, la petrolera y la banca.

No obstante, también hay sustanciales diferencias entre ellos. Las primordiales afectan a la inmigración y al comercio internacional. En 1986, Reagan legalizó a casi tres millones de extranjeros que residían ilegalmente en el país. En la reciente campaña electoral, Trump se ha comprometido a deportar a 13 millones de inmigrantes indocumentados.

El primero era partidario de un comercio más libre, impulsó la Ronda Uruguay del GATT (1986) y la creación del NAFTA con Canadá (1988). No obstante, también estableció aranceles y cuotas a la importación de acero extranjero, automóviles, productos textiles y agrícolas.

En cambio, Trump pretende desarrollar un proteccionismo generalizado, revisar el acuerdo de libre comercio con México y enterrar definitivamente la globalización comercial, en peligro desde la irrupción del Covid-19 en 2020.

En definitiva, si obviamos el comportamiento público de uno y otro, Trump se parece notablemente a Reagan. A los dos, la televisión les hizo famosos y los continuados errores del Partido Demócrata les facilitaron triunfar en las elecciones presidenciales. Ambos supieron ver los principales problemas de sus ciudadanos, les elevaron el ánimo y mejoraron su autoestima.

No obstante, ninguno de los dos gobernó para el pueblo, sino para una pequeña parte de él: los ciudadanos acaudalados y los propietarios de las empresas. A los primeros pretendían hacerles más ricos de lo que ya eran, aunque para ello tuvieran que traspasar renta y riqueza de las familias de clase media y los hogares con menos ingresos.

En EEUU, Reagan aplicó por primera vez la doctrina neoliberal y la consiguió exportar a casi todos los países desarrollados y a numerosos emergentes en las décadas posteriores. No obstante, el país no volvió a ser lo que fue, especialmente en materia industrial, pero siguió siendo la primera potencia del mundo.

Trump seguirá la misma partitura, pero estará obligado a abandonar alguna de sus propuestas estrella, tal y como es la deportación masiva de inmigrantes. La agricultura y una parte del sector servicios necesitan mano de obra abundante y barata.

Dos requisitos que solo pueden proporcionar los extranjeros. Sin ella, numerosas empresas dejarían de realizar producción o la disminuirían sustancialmente. Por tanto, el gran éxito económico prometido en su reciente campaña electoral se transformaría en un rotundo fracaso.